martes, 21 de abril de 2020

Silbando bajito







Silbando bajito


     Don Silverio Crespín se levantaba todos los días a las 6 de la mañana.
     Estaba jubilado, pero él igual madrugaba.
     Llenaba su pava silbadora y la colocaba sobre la hornalla. Y así, casi sin darse cuenta, comenzaba a silbar la primera melodía que se posaba en sus labios.
     Y solamente con su imaginación comenzaba el viaje...
     La propia música de su infancia lo transportaba al rio donde una chamarrita lo invitaba a soñar con la tranquilidad del agua y los árboles. Se descalzaba sus alpargatas pequeñas y sin terminar de sacarse la ropa, con la ansiedad de la niñez, se zambullía en su amado rio.
     Nadando se cruzaba hasta el Uruguay donde los tambores de un alegre candombe lo invitaban a secarse al sol danzando a los saltos. Se miraba sus pies y ya tenía como 12 años.
     En cada brinco que daba, el cuerpo se le iba llenando de brillos y plumas y terminaba participando de una Scola Do Samba entre las calles de Brasil. Le pesaba un poco el estandarte, pero a los 18 uno ni caso le hace a esas cosas...
     Junto con el amanecer llegaba la calma y entonces el amor lo invitaba a bailar un vals peruano con la cabeza de su amada apoyada en su hombro... Eran tan jóvenes cuando se casaron... apenas 22 años, tenía don Silverio... y ella, ella 17. La vida los dejó juntos muchos años... la extrañaba... Mantenía sus ojos bien apretados para seguir bailando con ella.
     Cuando ya estaba relajándose, la melodía del vals se fusionaba con la de un mariachi y aparecía en una calle empedrada de México con un gran sombrero en su cabeza y una guitarra entre sus manos, a los 40 el bigote le quedaba bien, cantando unas mañanitas a la cumpleañera más linda del pueblo que era agasajada por un muchachito tembloroso con un ramo de flores silvestres entre sus manos...
     Todo iba pasando rápido y no quería dejar de ir a Colombia a tocar el acordeón. Se perdía entre la gente que bailaba una pegadiza cumbia, y don Silverio movía sus caderas con ritmo y sin vergüenza a los 50 años. Mucho tiempo no podía quedarse porque a los 60 lo llamaba una alegre cueca desde Chile. Con pañuelo en mano, cruzaba a los saltos.

     De pronto, la pava comenzaba a silbar, y don Silverio volvía a su casa en la esquina de Los Horneros y La Calandria. Abría sus ojos despacio. Respiraba profundo. Se cebaba el primer mate. Dejaba que la yerba reposara mientras él aprovechaba y salía al jardín a regar las plantas.

     Y cuando escuchaba el ruido del agua al caer desde la regadera, pensaba “un día de estos, me voy a comprar una pava silbadora gigante, siempre quise ver París desde la Torre Eiffel”





* Ilustración superior: márgen izquierdo: Eugenia Manessi. Márgen derecho:  Juana Micheo
* Ilustración inferior: Valentina Mas.
   Estudiantes de la cátedra de Lenguaje Visual 3 de la Universidad de Bellas Artes de La Plata.         Libros solidarios 2018