Las llaves del abuelo
Mi abuelo es la persona más
ordenada que conozco: tiene siempre ordenado su hogar, sus cosas, su
ropa, su vida. Nada escapa a ese orden, por eso el día que perdió
las llaves de su casa le agarró una tremenda desesperación.
En unos
pocos minutos se imaginó una historia increíble: que se había
olvidado las llaves puestas en el portón de reja que da a la calle y
que alguien que pasó se las robó y que esa misma persona por la
noche entraría a la casa a robar sin tener que forzar ninguna
puerta. Seguramente que si en ese momento se tomaba la presión
arterial estaría por las nubes.
Buscó en todas las habitaciones.
Repasó mentalmente lo que había hecho durante esa mañana para
tratar de recordar dónde podía haber dejado las llaves.
Recordó que había abierto la puerta para ir a la farmacia a buscar
los remedios para mi abuela y que cuando había regresado abrió con
sus llaves las puertas. Fue hasta la habitación, se cambió de ropa…
¡ahí podía ser que estuviesen las llaves! -se dijo- ¡en el
bolsillo del pantalón! Lo revisó todo. Hasta miró en el piso por
si se habían caído. Nada. Las llaves no estaban.
Cuando ya se quería dar por
vencido, mi abuela le pidió que le dejara a los duendes de la casa
algunos caramelos, que por ahí tenía suerte y le devolvían el
llavero.
El abuelo la miró desconcertado
y le dijo:
-¿Los duendes? ¿De dónde
sacaste esa tontería? ¡Por favor, mirá si vamos a creer en esa
pavada!
Los dueños anteriores les habían
dicho que en la casa habitaban duendes y que tenían que retarlos y
ordenarles que devolvieran las cosas porque se habían acostumbrado a
esconder de todo solamente por bromear
-No te cuesta nada hacerlo. Vamos
a tomar unos mates al patio y dejá algunos caramelos desparramados
por la casa y pedíles que te devuelvan las llaves
Mi abuelo hizo lo que mi abuela
le sugirió y se fue al patio riéndose de él mismo, porque cómo un
hombre grande iba a creer en esas cosas…
Esperó un rato en el jardín y
cuando volvió a entrar en la casa encontró algunos papelitos de
caramelos vacíos. Fue, un poco temeroso, hasta el cuarto a revisar nuevamente los bolsillos de su pantalón que se había sacado cuando
volvió de la farmacia y vaya sorpresa que se llevó: ¡ahí estaban
las llaves, dentro del bolsillo izquierdo!
Desde ese día cree en los
duendes. Desde ese día hay en la casa un montón de caramelos por
todos lados; a veces aprovecho y me como algunos escondido.
Cuando fui al sur a pasear con
mis padres, observé que en casi todos los negocios vendían duendes,
así que les pedí que por favor compraran dos para llevarles de
regalo a los abuelos.
Así lo hicieron. Al llegar a
Buenos Aires les llevé sus regalos. Ellos agradecieron los duendes y
los pusieron en el living. Después de varias noches comenzaron a oír
como si muchas bolitas de vidrio rodaran por el piso.
Se levantaban a mirar y no había
nada. Mis abuelos no tenían miedo, pero
averiguaron
que se dice que a los duendes les gustan las plantas, el aire libre
y los caramelos; así que sacaron a ambos muñecos al jardín.
Desde ese día no se escucha más
nada.
Eso sí, cada tanto una sombra
brillante y muy blanca pasa velozmente por la ventana de la cocina y
mi abuela toma dos o tres caramelos y los lleva al jardín y ahí se
los deja.
Al otro día siempre encuentra los
papelitos vacíos.
¿Serán cosas de duendes? porque
Puchi, el perro de ellos, nunca aprendió a sacar las golosinas de
su envoltura.
Imagen: blogmalaga.es