lunes, 20 de abril de 2020

La vendedora de nieve





La vendedora de nieve

     El año en que a mi la adolescencia me pegaba bien complicada, a mis padres se les ocurrió conocer Salta. Lejos de alegrarme cuando me dieron la noticia, lo único que sentí fue molestia. No tenía ganas de viajar, de visitar parientes, de conocer nada nuevo; pero a esa edad no podía quedarme en mi casa solo,  así que me resigné y me dispuse a sobrellevar esos días.
     Al llegar de mis tíos lo primero que escuché fue “qué grande estás” y si, es obvio. Crecí.
     Nos arreglamos en la casa de ellos y comenzaron a planificar los lugares a visitar.
     Por suerte en la vivienda tenían Internet, sino no se qué hubiera sido de mi estadía.
     Luego de conocer algunos lugares turísticos, a mi madre se le ocurrió que el sábado iríamos al carnaval. Confieso que la idea no me gustó y que fui por obligación. Por suerte, fui…
     El colectivo llegó rápido a la parada. Subimos todos. Eramos una banda. Yo llevaba algo de mis ahorros porque ya mis viejos me habían advertido que solamente comprarían una espuma para mi y otra para mi hermano. Llevo por las dudas, pensé.
     Luego de recorrer media ciudad, el chofer anunció que habíamos llegado. La música de las comparsas no solo se escuchaba, sino también se sentía en la piel, en el cuerpo entero. Tienen una especie de magia, de atracción. Nos dispusimos en fila para bajar. Quedé último. Al pisar el segundo escalón del estribo me doy cuenta que todos se habían adelantado bastante. Ya me había dicho mi tía que la nieve dentro del corso estaba $100. Me apuré para alcanzarlos y sentí que alguien  me chistaba. Me ofreció nieve a " 30 ó 2 x 50"  . Me doy vuelta y era una linda niña con varios aerosoles en la mano.  Me llamó la atención su ropa, si bien estaba limpia, parecía de otra época. Le dije que ya volvía , que no se fuera y miré a mi familia que se alejaba. Le pedí que me vendiera 2 nieves. Le pagué con el cambio justo. Ella miró el dinero y me lo devolvió. “No sirve, otro más que me quiere pagar con plata que no sirve”,  me dijo. "¿Cómo que no sirve? Son 50 pesos", le dije. Cuando le devolví las nieves me di cuenta que a esa marca de espumas  no la había visto nunca, "será una marca que sólo se vende en Salta", pensé.  Se fue enojada, yo también. Corrí hacia mi familia y mi vieja me preguntó: 

     - ¿Dónde te quedaste?
     - Comprándole a la nena
     - ¿Qué nena, comprando qué?
     - La de blanco, la de la parada del colectivo. Vendía nieve

     Mi tía de pronto empalideció. Me preguntó si estaba bien. Si le había comprado. Le conté que me dijo que la plata que le dí no le servía. Y ella suspirando aliviada nos contó que esa niña había fallecido hacía muchos años, atropellada en esa parada de colectivos una noche de carnaval. Vendía nieve, de una marca que ya no existía. Cada carnaval aparece para ofrecer su mercadería, como cuando estaba viva y trabajaba para ayudar a su mamá.

     Me di vuelta con un poco de susto y mucha  intriga, y la vi a lo lejos. Me sacaba la lengua con expresión burlona y cara esquelética.
     Aunque era verano, yo de pronto, sentí frio.


Fotografía: Cuarto: Salta a diario