Agosto
Como cada agosto entró en
la casa de infancia.
Agarró la foto familiar y
besó a cada uno de los retratados.
Apoyó el portarretrato
contra su pecho, bien cerca del corazón.
¡Cómo añoraba esos días!
Eso pensaba cuando escuchó
que llegaban. Dejó rápidamente el cuadro sobre la chimenea. No
quería asustar a la abuela que se había dormido al lado del fuego
en su mecedora de mimbre. “Te quiero” le susurró al oído cuando
pasó sigiloso a su lado.
Entonces, sólo entonces,
se retiró tranquilo. “Hasta el próximo agosto”, pensó.
Antes de perderse tras las
paredes, tapó a la abuela con la manta verde. Realmente la
extrañaba. Por ese lazo único que los había unido en vida, ella
sentía que él venía cada agosto.
Se volvió a la tumba.
Los demás, empezaban a
llegar del cementerio. Nunca lo habían querido, en verdad; salvo la
abuela, que le había dejado toda su herencia.
Pero “una flor no se le
niega a nadie”, comentaban los parientes una vez al año.
Siempre en agosto.
Siempre en agosto.
Fotografía de: Gabriel Sarco