martes, 28 de abril de 2020

Fama


Fama

          Sobre la orilla del mar, dejándose apenas rozar por las olas al deshacerse, yacía totalmente inmóvil, como si siempre hubiera estado allí.
           La gente, curiosa, lo miraba asombrada.
       Él disfrutaba del calor del sol, de ese sol del que le habían contado miles de historias pero no conocía. Y el viento, secándolo por primera vez como nunca lo había estado.
           Escuchaba el ruido de las cámaras fotográficas.
           Era muy linda la sensación…
       En el momento exacto en que la gente estaba discutiendo, quién se lo llevaba, llegaron los encargados de Fauna Marina y lo cargaron en su camioneta.
           La gente no tuvo más opción que aplaudir.

           Y el caracol gigante supo, por un instante, lo que era la fama.

Fotografía de Gabriel Sarco



lunes, 27 de abril de 2020

Siesta de lunes


Siesta de lunes


          El lunes Felipe salió de la escuela con un poco de sueño y mucho  hambre; sin embargo, camino a su casa  se detuvo a recoger una lámpara que estaba tirada en el gran basural.
          Decidió frotarla con la manga de su guardapolvo; lo hizo con fuerza y rapidez; de pronto una gran nube blanca salió del adorno y Jirón, el genio, se desperezó y dijo:
         – ¿Quién osa despertarme? ¡Hace miles de años que estoy aquí tranquilo durmiendo la siesta!
          - Yo, Feli
          - ¿Con este día nublado se te ocurre frotar la lámpara? Bueno, ya que me hiciste salir tenés derecho a pedir 3 deseos. Sólo 3. Pensá bien

          - Mmmm deseo... ¡volar!

          Jirón frotó sus manos y las estiró con fuerza hacia adelante y una lluvia de brillos cubrió el lugar. Dijo las palabras mágicas: ¡cataplím, cataplám, cataplúm!

          Y una hermosa avioneta apareció ante sus ojos.

          Asombrado Feli le dijo:
         - Y ahora qué hago con esto?
         - ¡Volar!
         - No sé manejar una avioneta. ¡Soy un niño!
         - Ese… no es mi problema…

           Feli se golpeó la frente con su mano derecha y lo miró... con un poco de bronca y mucho de desilusión.

          - Te quedan 2 deseos… Pensá bien.

           Luego de pensar un rato, dijo:

           - Quisiera…¡conocer el mar!


           Jirón frotó sus manos y las estiró con fuerza hacia adelante y una lluvia de brillos cubrió el lugar. Dijo las palabras mágicas: ¡cataplím, cataplám, cataplúm!

           Y en un abrir y cerrar de ojos Feli estaba en un barco pesquero en el medio del Mar Negro. Sus manos pequeñitas sostenían una red llena de peces. Los otros marineros le gritaban que no la soltara. Feli ya no podía más, sus fuerzas lo abandonaban. Estaba empapado y muerto de frío cuando...  de pronto volvió a la realidad.

           Enfurecido, le dijo al genio:

           - ¿Eso fue de verdad, genio loco? ¡Casi muero allí!
           - Ese… no es mi problema. ¡Pide bien tus deseos! ¡Tú dijiste mar y yo te mandé al mar! Último deseo y sigo durmiendo mi siesta.
          

          - Estoy cansado de que me carguen en la escuela por ser el más bajo de la fila; entonces... deseo ser grande y alto.

          Jirón frotó sus manos y las estiró con fuerza hacia adelante y una lluvia de brillos cubrió el lugar. Dijo las palabras mágicas: ¡cataplím, cataplám, cataplúm!


          Y lo convirtió en un hermoso edificio de 20 pisos.

          Y feliz, Jirón, de haber cumplido con su obligación,  se metió en su lámpara, y así, como si nada hubiera pasado, siguió durmiendo la siesta.



Imagen: lagenda.org








sábado, 25 de abril de 2020

Al azar





Al azar


          Me puede. Es más fuerte que yo. La miro y me digo “esta vez no, esta vez me voy a aguantar aunque me crujan los dientes y me tiemble el cuerpo. Ya me lastimé demasiado por andar tras ella. No la voy ni a mirar, así si la ignoro por completo, por ahí logro mi propósito”.

          ¡Es que es tan hermosa, suave, huele tan bien! Me eriza la piel de sólo imaginarla.

Pero no puedo, sé que está ahí y no puedo…

        ¡Má sí! Yo, lo dejo al azar. Voy a empujar con fuerza para intentar abrir la ventana, y si puedo salir, corro detrás de ella.

        ¡Al fin y al cabo los perros nacimos para jugar con las pelotas de tenis!
Imagen de CanStock Photo

viernes, 24 de abril de 2020

Las llaves del abuelo





Las llaves del abuelo



          Mi abuelo es la persona más ordenada que conozco: tiene siempre ordenado su hogar, sus cosas, su ropa, su vida. Nada escapa a ese orden, por eso el día que perdió las llaves de su casa le agarró una tremenda desesperación. 
          En unos pocos minutos se imaginó una historia increíble: que se había olvidado las llaves puestas en el portón de reja que da a la calle y que alguien que pasó se las robó y que esa misma persona por la noche entraría a la casa a robar sin tener que forzar ninguna puerta. Seguramente que si en ese momento se tomaba la presión arterial estaría por las nubes.
          Buscó en todas las habitaciones. Repasó mentalmente lo que había hecho durante esa mañana para tratar de recordar dónde podía haber dejado las llaves. Recordó que había abierto la puerta para ir a la farmacia a buscar los remedios para mi abuela y que cuando había regresado abrió con sus llaves las puertas. Fue hasta la habitación, se cambió de ropa… ¡ahí podía ser que estuviesen las llaves! -se dijo- ¡en el bolsillo del pantalón! Lo revisó todo. Hasta miró en el piso por si se habían caído. Nada. Las llaves no estaban.

          Cuando ya se quería dar por vencido, mi abuela le pidió que le dejara a los duendes de la casa algunos caramelos, que por ahí tenía suerte y le devolvían el llavero.
           El abuelo la miró desconcertado y le dijo:
-¿Los duendes? ¿De dónde sacaste esa tontería? ¡Por favor, mirá si vamos a creer en esa pavada!

           Los dueños anteriores les habían dicho que en la casa habitaban duendes y que tenían que retarlos y ordenarles que devolvieran las cosas porque se habían acostumbrado a esconder de todo solamente por bromear
            -No te cuesta nada hacerlo. Vamos a tomar unos mates al patio y dejá algunos caramelos desparramados por la casa y pedíles que te devuelvan las llaves
             Mi abuelo hizo lo que mi abuela le sugirió y se fue al patio riéndose de él mismo, porque cómo un hombre grande iba a creer en esas cosas…
             Esperó un rato en el jardín y cuando volvió a entrar en la casa encontró algunos papelitos de caramelos vacíos. Fue, un poco temeroso, hasta el cuarto a revisar  nuevamente los bolsillos de su pantalón que se había sacado cuando volvió de la farmacia y vaya sorpresa que se llevó: ¡ahí estaban las llaves, dentro del bolsillo izquierdo!

             Desde ese día cree en los duendes. Desde ese día hay en la casa un montón de caramelos por todos lados; a veces aprovecho y me como algunos escondido.

             Cuando fui al sur a pasear con mis padres, observé que en casi todos los negocios vendían duendes, así que les pedí que por favor compraran dos para llevarles de regalo a los abuelos.
             Así lo hicieron. Al llegar a Buenos Aires les llevé sus regalos. Ellos agradecieron los duendes y los pusieron en el living. Después de varias noches comenzaron a oír como si muchas bolitas de vidrio rodaran por el piso.
            Se levantaban a mirar y no había nada. Mis abuelos no tenían miedo, pero
averiguaron que se dice que a los duendes les gustan las plantas, el aire libre y los caramelos; así que sacaron a ambos muñecos al jardín.

            Desde ese día no se escucha más nada.

            Eso sí, cada tanto una sombra brillante y muy blanca pasa velozmente por la ventana de la cocina y mi abuela toma dos o tres caramelos y los lleva al jardín y ahí se los deja.
            Al otro día siempre encuentra los papelitos vacíos.

           ¿Serán cosas de duendes? porque Puchi, el perro de ellos, nunca aprendió a sacar las golosinas de su envoltura.





Imagen: blogmalaga.es



























jueves, 23 de abril de 2020

Nervios


Nervios


          Desde hoy a las 7 de la mañana cuando me puse este guardapolvo blanco, siento que el nudo en la garganta se hace más grande. Casi no puedo hablar. Pasé la noche dando vueltas en la cama sin poder dormir. Ya son casi las 8 de la mañana. El patio de la escuela está lleno de gente. Trato de sonreír a todos para no quedar mal con nadie. Hay mucha gente dando vueltas acá; eso lo tengo en cuenta recién ahora. Parece que me produce más temor. Los zapatos me hacen doler los pies y se me debe notar en la cara. Tengo que disimular, sino se van a reír de mi.
          Es mi primer de clases y, si bien siempre lo esperé, ahora que llegó, no sé por qué tonta razón, quisiera salir corriendo.
          Está sonando la campana… ¡qué nervios!
          Ya la Directora nos está llamando para que ocupemos nuestros lugares. Casi no puedo caminar de los nervios y a eso se le suma la ampolla que me está saliendo por culpa de estos zapatos. Esta mañana le dije a mi mamá que por ahí era mejor usar unos viejos, pero me convenció para que me ponga estos.
          Trastabillo. La mano de la señorita de 5to. me sostiene. ¿Estás bien, Rosita? Sí, sí –respondo con timidez- ¡Gracias!. – De nada, yo también estaba muy nerviosa mi primer día de clases; no te preocupes.
          Por micrófono se escucha a la Señora Directora llamarnos y darnos la bienvenida. Lentamente se va produciendo un silencio absoluto.
          - Señorita Rosita, acérquese, así los padres y los niños de primer grado la pueden saludar.

     Respiro bien hondo y pienso en todo el esfuerzo que hice para que llegara este día.

     Y ahí voy yo, sacudiéndome los nervios, olvidándome de la ampolla y orgullosa por haber hecho realidad el sueño de ser maestra. Una inmensa sonrisa ilumina mi rostro.       Mis zapatos acompañan bellamente mis pasos firmes.



Imagen: elkolitrinche.wixsite.com

miércoles, 22 de abril de 2020

El bote





El bote


           Todos los días a la misma hora, en el mismo cauce del río, sobre el bote destartalado pero fiel, se procuraba el alimento diario.
           Desde hacía cinco meses tenía dos bocas más que alimentar: la de su nueva compañera y el hijo de ésta, un chiquillo de cinco años.

           Sobre el puente, el francotirador despechado esperó ansioso.
           Apuntó certeramente. Gatilló. Volaron las aves desesperadas. Un ruido punzante atravesó la tranquilidad del lugar. Algo cayó al agua…

           El bote se dio vuelta y se hundió. Estaba hecho.


Fotografía de: Fotocommunity

Receta para tener un hermanito



Receta para tener un hermanito


          Ingredientes necesarios:

          3 cascaritas de limón.
          2 cucharadas de miel.
          5 pedacitos de caña de bambú.
          4 tazas colmadas de amor.



          Eso debe ser suficiente para que yo, que soy hija única pueda tener la suerte de que mis papás me “compren” un hermanito. Por ahí si yo les paso los ingredientes, ellos pueden ir de compras.
          Siempre me hago la misma pregunta… ¿dónde se compra un hermanito? ¿En el shopping, en el supermercado, en el almacén de Don Luis o en los chinos de la vuelta de casa?
          Yo me la paso recorriendo esos lugares y no veo en ninguna góndola que diga “hermanos a la venta” (ni grandes, ni chicos, ni por kilo, ni por metro) ¡qué forma tan rara tienen de hablar los adultos!
          Es por eso que ni ellos mismos saben lo que quieren. Para nosotros las cosas son más sencillas: “no me gusta ir a la escuela”, significa precisamente eso: que no me gusta ir a la escuela. “La abuela me cocina lo que a mi me gusta” significa eso: que la abuela me cocina lo que a mi me gusta. “Quiero tomar otro vaso más con gaseosa y otro plato menos con sopa” significa eso: que quiero tomar otro vaso más con gaseosa y otro plato menos con sopa”. ¡No damos tantas vueltas! ¡Las únicas vueltas que nos gustan son las de la calesita!
          Traté de inventar una receta para crearme un hermanito y no resultó; y eso que me la pasé revolviendo y revolviendo y… ¡nada!
          Yo dije para mis adentros, cascaritas de limón porque ese olor tienen los bebés cuando son chiquitos, se lo sentí el otro día al hermanito de Valentín. La miel debe ser también necesaria porque es re dulce ¿y qué dicen los grandes cuando un bebé se ríe?: ¡qué dulce!
          Las cañas de bambú deben servir como un alimento especial, porque los hermanos son seres especiales, dicen por ahí, entonces al igual que los osos pandas que sólo comen caña de bambú, los hermanos pueden dar abrazos de oso. Lo veo muy seguido en mis amigas que tienen hermanos.

          Con respecto a las tazas de amor… ahí me veo en problemas… ¿cómo consigo cuatro tazas de amor? Y… se me ocurre que tienen que ser cuatro porque nosotros ahora somos tres, pero si diera resultado, seríamos cuatro en la familia.
          El limón es fácil, lo saco de la planta de la abuela; la miel la retiro de la alacena y listo. Las cañas de bambú… tengo dos opciones: del llamador de ángeles que esta colgado en el patio de casa o directamente lo encargo por Internet.
          Pero las tazas de amor… no se la verdad cómo hacer.
          Este tema me tiene un poco preocupada, tanto que no me deja dormir aunque esté mirando los dibujitos que más me gustan en la tele.

          Uy, entraron a mi habitación papá y mamá con cara de miedo mezclada con alegría. 

          - Sofía, tenemos que contarte algo muy pero muy pero muy importante, hijita –dijo mami
           -  Vos sabes que sos la reina de esta casa y siempre lo vas a seguir siendo- dijo papi. En agosto va a nacer tu hermanito o hermanita porque mami tiene un bebé en la panza!

Abrí grande los ojos, respiré profundo y pensé en lo genia que fui al haber hecho una receta y, sin pensarlo, ya había sido puesta en práctica y… ¡¡FUNCIONADO!!

           Me saqué las sábanas de encima, comencé a saltar en la cama y a gritar:
          “¡Si, si, si, un hermanito o hermanita para jugar!”


           Mientras yo estaba en plena locura de felicidad, vi cómo mis papás me miraban de una forma tan especial y ahí descubrí el ingrediente que faltaba…

          Guauuuu, ahora me doy cuenta: ¡mi receta funcionó! Y por fin solucioné mi problema de qué quiero ser cuando sea grande: inventora de recetas! Y … ¡hermana mayor!, eso es lo que voy a ser.

          Yo te voy a cuidar, bebé lindo, pero mis juguetes… ni sueñes que te los voy a regalar, sí te los voy a prestar de a ratitos. En todo caso te los cambio por los tuyos que van a ser nuevos, los míos ya tienen siete años de uso!
                  

                                                                




Imagen de: 
http://www.arasaac.org/materiales.php?id_material=1447











martes, 21 de abril de 2020

Silbando bajito







Silbando bajito


     Don Silverio Crespín se levantaba todos los días a las 6 de la mañana.
     Estaba jubilado, pero él igual madrugaba.
     Llenaba su pava silbadora y la colocaba sobre la hornalla. Y así, casi sin darse cuenta, comenzaba a silbar la primera melodía que se posaba en sus labios.
     Y solamente con su imaginación comenzaba el viaje...
     La propia música de su infancia lo transportaba al rio donde una chamarrita lo invitaba a soñar con la tranquilidad del agua y los árboles. Se descalzaba sus alpargatas pequeñas y sin terminar de sacarse la ropa, con la ansiedad de la niñez, se zambullía en su amado rio.
     Nadando se cruzaba hasta el Uruguay donde los tambores de un alegre candombe lo invitaban a secarse al sol danzando a los saltos. Se miraba sus pies y ya tenía como 12 años.
     En cada brinco que daba, el cuerpo se le iba llenando de brillos y plumas y terminaba participando de una Scola Do Samba entre las calles de Brasil. Le pesaba un poco el estandarte, pero a los 18 uno ni caso le hace a esas cosas...
     Junto con el amanecer llegaba la calma y entonces el amor lo invitaba a bailar un vals peruano con la cabeza de su amada apoyada en su hombro... Eran tan jóvenes cuando se casaron... apenas 22 años, tenía don Silverio... y ella, ella 17. La vida los dejó juntos muchos años... la extrañaba... Mantenía sus ojos bien apretados para seguir bailando con ella.
     Cuando ya estaba relajándose, la melodía del vals se fusionaba con la de un mariachi y aparecía en una calle empedrada de México con un gran sombrero en su cabeza y una guitarra entre sus manos, a los 40 el bigote le quedaba bien, cantando unas mañanitas a la cumpleañera más linda del pueblo que era agasajada por un muchachito tembloroso con un ramo de flores silvestres entre sus manos...
     Todo iba pasando rápido y no quería dejar de ir a Colombia a tocar el acordeón. Se perdía entre la gente que bailaba una pegadiza cumbia, y don Silverio movía sus caderas con ritmo y sin vergüenza a los 50 años. Mucho tiempo no podía quedarse porque a los 60 lo llamaba una alegre cueca desde Chile. Con pañuelo en mano, cruzaba a los saltos.

     De pronto, la pava comenzaba a silbar, y don Silverio volvía a su casa en la esquina de Los Horneros y La Calandria. Abría sus ojos despacio. Respiraba profundo. Se cebaba el primer mate. Dejaba que la yerba reposara mientras él aprovechaba y salía al jardín a regar las plantas.

     Y cuando escuchaba el ruido del agua al caer desde la regadera, pensaba “un día de estos, me voy a comprar una pava silbadora gigante, siempre quise ver París desde la Torre Eiffel”





* Ilustración superior: márgen izquierdo: Eugenia Manessi. Márgen derecho:  Juana Micheo
* Ilustración inferior: Valentina Mas.
   Estudiantes de la cátedra de Lenguaje Visual 3 de la Universidad de Bellas Artes de La Plata.         Libros solidarios 2018




lunes, 20 de abril de 2020

El mago






El mago


     Sólo por eso hice el curso de magia: para hacerlos desaparecer.
     ¡Los dos me tenían harto! Ni en el baño de la escuela podía esconderme. 
     Mi festejo de cumpleaños: la excusa.
     El baúl cerraba herméticamente. Ambos se ofrecieron de ayudantes. 
     Mi carrera de mago fracasó en el debut.
     El bolsillo donde tenía las llaves, misteriosamente, estaba roto.

     “Fue una desgracia doble”, se escuchó decir en el pueblo.
     “Por fin”, pensé yo"




Imagen de: https://www.tekcrispy.com/wp-content/uploads/2016/11/TC-HOME-01.png

La vendedora de nieve





La vendedora de nieve

     El año en que a mi la adolescencia me pegaba bien complicada, a mis padres se les ocurrió conocer Salta. Lejos de alegrarme cuando me dieron la noticia, lo único que sentí fue molestia. No tenía ganas de viajar, de visitar parientes, de conocer nada nuevo; pero a esa edad no podía quedarme en mi casa solo,  así que me resigné y me dispuse a sobrellevar esos días.
     Al llegar de mis tíos lo primero que escuché fue “qué grande estás” y si, es obvio. Crecí.
     Nos arreglamos en la casa de ellos y comenzaron a planificar los lugares a visitar.
     Por suerte en la vivienda tenían Internet, sino no se qué hubiera sido de mi estadía.
     Luego de conocer algunos lugares turísticos, a mi madre se le ocurrió que el sábado iríamos al carnaval. Confieso que la idea no me gustó y que fui por obligación. Por suerte, fui…
     El colectivo llegó rápido a la parada. Subimos todos. Eramos una banda. Yo llevaba algo de mis ahorros porque ya mis viejos me habían advertido que solamente comprarían una espuma para mi y otra para mi hermano. Llevo por las dudas, pensé.
     Luego de recorrer media ciudad, el chofer anunció que habíamos llegado. La música de las comparsas no solo se escuchaba, sino también se sentía en la piel, en el cuerpo entero. Tienen una especie de magia, de atracción. Nos dispusimos en fila para bajar. Quedé último. Al pisar el segundo escalón del estribo me doy cuenta que todos se habían adelantado bastante. Ya me había dicho mi tía que la nieve dentro del corso estaba $100. Me apuré para alcanzarlos y sentí que alguien  me chistaba. Me ofreció nieve a " 30 ó 2 x 50"  . Me doy vuelta y era una linda niña con varios aerosoles en la mano.  Me llamó la atención su ropa, si bien estaba limpia, parecía de otra época. Le dije que ya volvía , que no se fuera y miré a mi familia que se alejaba. Le pedí que me vendiera 2 nieves. Le pagué con el cambio justo. Ella miró el dinero y me lo devolvió. “No sirve, otro más que me quiere pagar con plata que no sirve”,  me dijo. "¿Cómo que no sirve? Son 50 pesos", le dije. Cuando le devolví las nieves me di cuenta que a esa marca de espumas  no la había visto nunca, "será una marca que sólo se vende en Salta", pensé.  Se fue enojada, yo también. Corrí hacia mi familia y mi vieja me preguntó: 

     - ¿Dónde te quedaste?
     - Comprándole a la nena
     - ¿Qué nena, comprando qué?
     - La de blanco, la de la parada del colectivo. Vendía nieve

     Mi tía de pronto empalideció. Me preguntó si estaba bien. Si le había comprado. Le conté que me dijo que la plata que le dí no le servía. Y ella suspirando aliviada nos contó que esa niña había fallecido hacía muchos años, atropellada en esa parada de colectivos una noche de carnaval. Vendía nieve, de una marca que ya no existía. Cada carnaval aparece para ofrecer su mercadería, como cuando estaba viva y trabajaba para ayudar a su mamá.

     Me di vuelta con un poco de susto y mucha  intriga, y la vi a lo lejos. Me sacaba la lengua con expresión burlona y cara esquelética.
     Aunque era verano, yo de pronto, sentí frio.


Fotografía: Cuarto: Salta a diario 

domingo, 19 de abril de 2020

Carta con aroma a chipá


Buenos Aires, mayo de 2018


Juan:
          Te escribo estas líneas para saber cómo está la viejita. Me dejó muy preocupado su mirada cuando me despidió en el micro. La verdad que a pesar de que ya pasaron tres meses, pienso todos los días en ustedes. No es fácil estar lejos de la familia.
             Te cuento que acá conseguí trabajo en una fábrica de telas. No pagan mucho pero me alcanza para la pensión y la comida. En viaje no gasto porque voy y vuelvo caminando; son apenas cuarenta cuadras. Si viera nuestra desí  la cantidad de hilos que se usan para hacer un trapo, no podría creerlo. Y cómo se desperdician cosas… ella ya hubiera hecho repasadores, y hasta frazadas. Estoy trabajando duro, me quedo a hacer horas extras. Seguro que en un tiempo dejaré de ser Aprendiz y pasaré a Oficial y ahí sí ya voy a poder mandarle plata a la vieja. La extraño tanto… hasta ahora no volví a comer un chipá como los que hace ella.
            Acá se empieza a sentir el frío. No es como allá en Corrientes que se puede tomar mate en la orilla del rio hasta tarde. Me gustaría compartir esos momentos otra vez con ustedes. Ya voy a ir al cumpleaños de Cata ¿es en octubre, no? Cuesta acostumbrarme, mis compañeros son macanudos, no te voy a decir que no. Y hay una en especial, Aida se llama, es una mitaiporá que me distrae cada vez que la veo pasar. Uno de estos días me animo y la invito a dar una vuelta.
        A veces pienso que tendría que volver, pero después me digo ¿a qué vas a ir? Hay poco trabajo… en Buenos Aires vas a salir adelante … creo que me digo lo que nos decimos todos cuando nos vamos. Extraño mucho el verde, acá hay edificios, nomás y algunas plazas.
            Bueno, che ryvy, te mando un abrazo a vos y a todos por allá. Avisale a la vieja que te escribí. Decile que pronto nos vamos a ver. Cuidámela.




                                                                                                   Reinaldo




En guaraní:
# desí: mamá
#mitaiporá: chica linda              #che ryvy: hermano menor

La foto corresponde a las manos de mi suegra:  Eva Sarco, tomada por Betiana Sarco


Negro ¿negro?


Negro ¿negro? 

     Luciano, desde pequeño veía que todo en su vida era de color negro.
     No negro claro o negro oscuro: negro, simplemente
     Sus almohadas y sus sábanas eran negras
     Su computadora lo único que tenia de colores, era lo que aparecía en la pantalla.
     En su cartuchera todos sus lápices eran negros. Escribía y pintaba en negro.
¿Sería porque había nacido una noche fría de invierno sin luna?
     Cuando pensaba que ya nada en su vida podía ser más negro, un día al llegar de la escuela encontró a su mamá llorando porque su abuela Mimí ya no iba a estar más en este mundo.
     Y el mundo de Luciano fue aún más negro todavía porque amaba a su abuela más que a nadie en la galaxia.
     No lloró. No gritó. No pataleó
     Una furia inmensa como un monstruo que se va alimentando de la ira, creció en su interior
     Primero fue un monstruo bebé, pero al poco tempo se transformó en un gigante de tres cabezas. A veces salía de su boca en forma de palabras hirientes. Otras se transformaba en un eterno y adolescente silencio.
     Cuando ya creía que su monstruo iba a destruirlo, se tiró en el pasto a mirar las estrellas. A buscar algo entre ellas que le mostrara el camino para sacar de adentro suyo tanta bronca contenida.
     Cerró los ojos, pensó en su Mimí, respiró profundo y … una mariposa blanca se posó en su naríz.
     La tomó entre sus manos tratándola con cuidado para no lastimarla y colocó en ella  toda esa furia contenida, sopló suavemente sobre sus alas y… la bronca se transformó en mil mariposas de un millón de colores y de pronto la noche se hizo día y un arcoiris creció en su alma para transformar su vida y su mundo, así, simplemente, como el capullo se transforma en mariposa…

Imagen: telaspara.es

Poncho



Poncho


   Tenía la costumbre de recostarse en la vereda contra el vidrio de la puerta de entrada de la escuela. Cada lunes, a las 6 de la tarde cuando yo iba a arreglar las cosas que estaban rotas, el perro movía la cola como si me conociera de toda la vida. Yo lo acariciaba al pasar; un poco, nomás, porque sino se ponía pesado.
     Los chicos lo llamaban Toby, pero a mi me gustaba decirle Poncho, porque tenía una mancha negra sobre el lomo que cubría su pelo marrón; como un poncho… parecía que lo abrigaba y todo.
     Ese lunes que llegué apurado y no lo vi, me pareció raro. Cuando me fui tampoco estaba. Caminé alrededor de la manzana del colegio y ahí lo vi: tirado sobre el barro en una vereda sin terminar. Lloraba. Me acerqué y lo acaricié. Tenía una pata lastimada. Seguro algún auto lo había atropellado.
     Ahí nomás lo levanté en brazos y me lo llevé a casa; sabiendo que la patrona iba a quejarse… pero no podía dejarlo ahí … era Poncho, el que siempre se ponía contento cuando me veía…
    Juana puso el grito en el cielo. Yo no respondí nada. Agarré unos trapos, una maderita y le entablillé la pata, no sin antes desinfectarlo un poco con agua oxigenada.

     De a poco Poncho se hizo querer. De a poco lo dejamos que se quedara en la familia. Por ahora duerme afuera, sobre un pullover viejo que me dio Juana, pero cuando se descuide, lo voy a dejar entrar a la cocina; después de todo no molesta y cuida. Y ya la pata se le está curando. Le quedó un poco torcida, se nota sobre todo cuando quiere que le acaricie la cabeza y apoya las patas delanteras en mi panza.
     Y a Juana, aunque se haga la dura, ya la he visto hablándole… Poncho vino a cortar un poco con nuestra rutina.

Fotografía: freepik.esc

Agosto


Agosto

         Como cada agosto entró en la casa de infancia.
        Agarró la foto familiar y besó a cada uno de los retratados.
        Apoyó el portarretrato contra su pecho, bien cerca del corazón.
        ¡Cómo añoraba esos días!
        Eso pensaba cuando escuchó que llegaban. Dejó rápidamente el cuadro sobre la chimenea. No quería asustar a la abuela que se había dormido al lado del fuego en su mecedora de mimbre. “Te quiero” le susurró al oído cuando pasó sigiloso a su lado.
        Entonces, sólo entonces, se retiró tranquilo. “Hasta el próximo agosto”, pensó.
        Antes de perderse tras las paredes, tapó a la abuela con la manta verde. Realmente la extrañaba. Por ese lazo único que los había unido en vida, ella sentía que él venía cada agosto.
        Se volvió a la tumba.
        Los demás, empezaban a llegar del cementerio. Nunca lo habían querido, en verdad; salvo la abuela, que le había dejado toda su herencia.
        Pero “una flor no se le niega a nadie”, comentaban los parientes una vez al año. 
        Siempre en agosto.





Fotografía de: Gabriel Sarco