Melón con Jamón
"Porque, después de todo para mi, escribir es un poco navegar sin rumbo"
viernes, 24 de diciembre de 2021
EL RETIRO
domingo, 18 de octubre de 2020
Hoy te juro que no
En el día de la madre en Argentina, dedico este cuento escrito para mi madre hace 4 años atrás, cuando le di por última vez el "beso del día de la madre". Y también a mi hijo mayor, quien por voluntad propia, pasaba a ver a su abuela a la Terapia Intensiva. Feliz día, mami... estés donde estés. Te amo
Esta mañana cuando fui a la clínica tuvimos que esperar media hora con mi mamá en la Sala de Espera de Terapia Intensiva. Nunca respetan el horario de visita. Me sentaba. Me paraba. Me miraba los cordones de las zapatillas. Me sentaba. Me paraba; no se por qué lo hacía. Capaz porque no quería mirar a la Virgen de Luján que está al lado de la puerta para ingresar a la Terapia. Hace unos días que dejé de mirarla porque me daba impresión, o bronca, no se… Si hace milagros… ¿por qué aún no te curó? Cuando estaba pensando eso se acerca el de la vigilancia a preguntarle a mamá lo de siempre:
Disculpe ¿Cuántos años tiene el chico?
14 (miente mami, porque en realidad tengo 13 y medio y el cartel que está al lado de la puerta de ingreso a la Terapia dice: “Prohibido el acceso a menores de 14 años”)
Ah, listo; puede entrar
Desde que vengo colándome para verte, abuela, pienso lo mismo; que si ellos no me dejarían entrar, yo entraría igual. Me disfrazaría de enfermero, no se, agarraría la puerta a patadas; pero entrar, entraría.
Por fin abrieron la puerta. La enfermera dijo “2 familiares por cama”.
Los 2 nos pusimos alcohol en gel en las manos y salimos disparados hacia la habitación 209; esperando verte mejor, abu. Pero no, estabas igual. O peor. Dormida. Conectada a un ruidoso respirador.
Te besé en la frente y me acerqué a tu oído y me animé a preguntarte: ¿Soñaras algo? ¿Soñaras conmigo, que soy tu preferido? Yo te conté que River ganó, que fui de excursión con el colegio a conocer el Congreso Nacional. Que el abuelo me regaló plata para el celular nuevo, porque dentro de poco es mi cumpleaños. Que quiero que te cures, que necesito que me abraces. Cuando yo te hablaba, las pulsaciones de tu corazón marcaban exactamente 75. Sólo vos y yo nos entendemos de la forma que lo hacemos.
Mamá te hablaba pavadas, para variar: que afuera llueve, que mi hermano quiere aprender a tocar el violín, que te trajo la crema para pasarte en las piernas, y etc, etc.
Después de un rato de hablarte, necesité de salir un ratito al pasillo. Aunque tenía ganas de llorar me aguanté las lágrimas. Me puse a mirar para todos lados y observé que el viejito de la habitación de enfrente no estaba; ese que anteayer me saludó con el pulgar hacia arriba. Me fijé si estaba en otro lado. No. Una de las enfermeras se dio cuenta y me preguntó:
¿Buscas a Don Cosme, el vecino de tu abuela?
Si - dije
Falleció anoche. Lo siento- y me dio una palmadita de consuelo en el hombro, y siguió con sus cosas.
¿Cómo que falleció, si hace dos días estaba ahí y me saludó con el pulgar? Me quedé pensando, parado ahí en el medio del pasillo sin poder creerlo.
Así tan concentrado estaba cuando de un segundo a otro sentí ese olor a tierra espeluznante. La piel se me puso de gallina. Inmediatamente pude observar mi aliento como una nube saliendo de mi boca; un frio impresionante invadió el lugar. Todo el mundo seguía como si nada. Sólo yo comencé a tiritar. Ese mismo escalofrío me había pegado en la espalda el otro día cuando falleció una abuelita de la primera habitación. No estaba equivocado. La Maldita estaba ahí. Di media vuelta y la vi levitando por el pasillo. Iba justo a tu habitación. “Ah no, ni se te ocurra; hoy no; dentro de unos días es mi cumpleaños y no te lo voy a permitir!”
Empecé a chasquear los dedos para tratar de llamar la atención de la muy oscura. Lo logré. Me miró con esa mirada fría y sombría que da miedo, entonces le dije enérgicamente:
¿Otra vez vos por acá? ¿No te aburrís de hacer siempre lo mismo? Te juego una carrera, el que llega primero al ascensor que está al final del pasillo, en la Sala de Espera de la Terapia, gana.
Se sonrió maliciosamente como sobrándome y me dijo “dale, pibe; yo siempre gano”, con esa voz áspera de ultratumba. Comencé a correr con todas mis fuerzas; la sentía congelada detrás de mí, pero anulé el miedo encomendándome a Dios, como me enseñaste vos, abuela. Llegué primero al ascensor y apreté el botón con todas mis fuerzas. La puerta se abrió. Me corrí a un costado, ella no pudo frenar y entró de cabeza al ascensor. Volví a apretar el botón y la puerta se cerró. Alcancé a verla toda deshuesada en el piso. La dejé ahí encerrada. Ahora el que se reía era yo. Avisé al señor de Mantenimiento, quien justo estaba en la escalera, y le pedí que por nada del mundo abriera el ascensor:
¿Por qué no, pibe?
Porque hoy no, que suba y que baje. Dejé a la Muerte ahí adentro. Que se maree. Que se muera ahí, encerrada. Que se vaya al cielo o al infierno, no se. Pero que se vaya de acá, hoy a mi abuela no se la lleva.
Me vio tan decidido que no dijo nada.
Volví a tu habitación. Mamá me preguntó dónde había estado. Fui al baño, respondí y seguí hablándote al oído, abu. La hora de visita finalizó. Me fui a casa más tranquilo. En el colectivo yo pensaba lo que había pasado con La Parca. En casa me puse a ver un partido de fútbol.
A la noche cuando vino a casa mi tío nos contó que tuvo que subir y bajar las escaleras para verte porque el ascensor estaba clausurado hasta nuevo aviso y la gente de Mantenimiento no lograba que dejara de subir y bajar.
Me sonreí y pensé “bue, parece que la Virgen de Luján no es sorda”. Y mirando tu sillón mecedor, te hice un giño cómplice, abu; como cuando estabas en casa mirando la tele conmigo.
Imagen de: https://www.diariodecultura.com.ar/columna-izquierda/virgen-de-lujan-imagenes-y-secretos-de-una-devocion-con-historia/
domingo, 13 de septiembre de 2020
El bibliotecario
El bibliotecario
Cuando la señorita Sonia Trixtix tomó el cargo de Maestra Bibliotecaria en aquella escuela al final del partido de Zárate, nunca pensó que le iba a suceder lo que le sucedió.
Llegó con muchas ilusiones a su nuevo trabajo. Bien temprano para no quedar mal con sus directivos.
Se puso la ropa que tenía reservada para ocasiones especiales y sobre ella, su guardapolvo nuevo. Nuevo trabajo, decía siempre, nuevo guardapolvo. Y así llegó a esa escuelita cerca del Río Paraná.
Fue muy bien recibida por todos sus compañeros. La Directora la acompañó hasta la biblioteca y ahí le dio la bienvenida, no sin antes decirle que ese puesto era muy especial dentro de la institución porque nadie duraba mucho allí desde el fallecimiento del Bibliotecario Titular, el Profesor Juan José del Corazón Zapata. Juan, para todos, había sido un hombre muy querido, tanto por los grandes como por los chicos; y eso era algo espinoso con lo que iba a tener que lidiar.
Apenas comenzaron las clases, los alumnos fueron acercándose tímidamente a la biblioteca, hasta que Sonia pasó por las aulas presentándose e invitándolos a asociarse y así poder llevarse libritos de cuentos para leer en sus casas.
Durante los recreos, cuando los chicos asistían a la biblioteca, ella iba escuchando historias maravillosas del Profe Juan: que había sido el mejor, que fue un genio de la narración, que los trataba re bien, que nunca dejaba la biblioteca desordenada, etc etc. Hasta le contaron que a veces venía disfrazado al colegio y así los invitaba al patio a oír sus historias.
Iba a ser muy difícil superar todo eso. Sonia se sentía muy mal luego de escuchar esas cosas tan lindas y se decía, para sus adentros, que ella nunca iba a poder igualar al profe porque era muy tímida, y prefería quedarse dentro de la biblioteca a tener que exponerse de esa manera.
Así estuvo casi medio año. Escuchando historias y conociendo a ese tal Juan que había fallecido ahí mismo, dentro de la biblioteca cuando lo sorprendió un infarto masivo en pleno ordenamiento de libros. Era el martes 13 de noviembre del año ante pasado cuando, luego de las 15 Hs. la Señorita Mary de segundo B, escuchó desde su salón un fuerte golpe que venía de al lado. Corrió a ayudar a Juan, quien seguramente, según su pensamiento, estaría ordenando algunos libros sobre una de esas sillas destartaladas que ya se había pedido al Ministerio que las cambiaran, sin suerte, y se habría caído. “Siempre acomodando los libros, como si se fueran a escapar a algún lado” – pensó
Al entrar: el horror. Juan tirado en el piso con unos libros sobre él y … muerto. Se revolucionó la escuela toda. Médicos y policías coparon el lugar. No había nada qué hacer. Ya estaba. Ese era el final tanto de su vida que había puesto al servicio de esa profesión, como de su carrera docente a la que le había dedicado más de veinte años.
La portera tuvo que ordenar todo después de que se llevaron el cuerpo. Lloraba y barría. Barría y lloraba.
Desde aquel día la biblioteca lleva su nombre, en un cartel muy lindo que donó el papá de Franco Espinoza, que es carpintero. Está sobre la puerta principal.
Los libros que estaban sobre él, son imposibles de acomodar. Aparecen en cualquier estantería, menos en las que corresponden. Son cinco, nada más, pero complican la existencia del que quiere ordenarlos.
Por este tema ya habían renunciado varios bibliotecarios.
Todos los días Sonia los coloca en el lugar correspondiente; al día siguiente aparecen en cualquier lado. Al principio pensaba que eran ideas suyas; pero luego sus colegas le confirmaron que siempre sucedía lo mismo.
¿Y qué podía hacer ante esto? ¿Y ante el cariño que todos le seguían teniendo al Profe, y al que ella nunca iba a poder acceder? Definitivamente, estaba perdida. Pero no iba a retirarse como lo habían hecho las otras bibliotecarias.
Cuando estaba trabajando sentía que “alguien” la observaba todo el tiempo.
Ya no podía más con esa presión y se animó a salir de la biblioteca. Sacó al recreo una caja llena de libros de cuentos e invitó a los chicos a que tomaran uno y lo leyeran. Puso una manta sobre el piso y allí se acomodaron algunos niños. Luego de ese día, Sonia se sintió mejor. Se dio cuenta que le hacia bien “huir” de esa mirada molesta.
Al otro día colocó más mantas y más libros en el suelo. De a poco fue un éxito su idea. Las maestras estaban agradecidas porque los chicos ya no corrían en los recreos y a los alumnos se los observaba concentradísimos viajando por mundos maravillosos a los que sólo se puede acceder desde un libro de cuentos. Hasta los padres estaban felices por esa motivación a la lectura; alguno de sus hijos preferían que les leyeran un cuento antes de dormir, a jugar con la play.
La Señorita Sonia de a poco iba ganándose su lugar. Así y todo, siempre escuchaba las anécdotas del Profe Juan.
Ya había pasado medio año. Nunca pudo lograr que los cinco libros quedaran en su lugar. Para dejar de temerle a esa mirada que sentía, había decidido “conversar” con Juan explicándole que nadie iba a ocupar su lugar; que ella apenas estaba haciendo el trabajo que le correspondía por los niños y por la comunidad educativa para que tuvieran una biblioteca activa. Luchaba día a día contra su timidez para salir al patio con las cajas. Le decía que ya no hacía falta que se quedara allí, que tenía que ir por el camino que le indicara la luz; que ella iba a cuidar bien de su biblioteca y que “por favor no le corriera más de lugar esos cinco libros”. Hasta averiguó dónde estaba su sepultura y fue a llevarle un ramito de jazmines, que según le habían dicho, el hombre siempre colocaba en el florerito de la biblioteca.
Pero todo seguía igual.
Ya sin saber qué hacer porque era septiembre y nada había cambiado, pidió permiso al Equipo Directivo y trajo al cura párroco de la zona para que le diera su bendición a la biblioteca. Así lo hizo; vino el Padre Fermín. Esa semana se sintió mas tranquila. Pero el fantasma de Juan seguía allí.
Ya casi al mes de haber asistido el cura y cansada de todo lo que sentía en su espacio de trabajo y que nada diera el resultado que ella esperaba, enojada ese 13 de noviembre, el aniversario de su muerte, tomó los dichosos cinco libros y los dejó sobre el suelo, justo en el lugar que Juan había caído muerto y le dijo “Ya no aguanto más, ahí tenés tus libros, chau, hasta mañana, si es que vuelvo”. Y se fue dando un portazo. Cerró con llave. Solamente ella tenía las llaves de la biblioteca. Las puso en su cartera y se fue.
Al otro día, cuando entró a la biblioteca, los cinco libros se encontraban en su lugar correspondiente. En ese momento se dio cuenta que el fantasma de Juan solo quería terminar con lo que había comenzado el día en que la muerte lo sorprendió: colocar los libros en el espacio de la estantería que iban.
Ya no sintió esa mirada que la atormentaba. En su lugar, la invadió un intenso aroma conocido. Sobre el escritorio, un ramito de jazmines en el florerito de Juan perfumaba el ambiente. Apoyada en él había una tarjeta con una letra familiar en la que se leía:
“¡Gracias! Y perdón por la molestia. Vas por el buen camino. Éxitos. J.Z.”
Imagen: maestroabrahamblogspot
sábado, 22 de agosto de 2020
Estancia Maldonado
Estancia Maldonado
Esta historia de espanto, terror y también un poco de amor es para escucharla con los ojos cerrados, muy cerrados…
En la estancia de los Maldonado se trabajaba de sol a sol. Había muchos peones. Contaba con cientos de animales que necesitaban ser atendidos a diario: caballos, vacas, ovejas, gallinas.
Por las tardes, cuando la gente se tomaba un rato para descansar alrededor del fogón que calentaba una pava totalmente teñida de negro por las brasas, Ana Valentina, la hija de la cocinera y del capataz, llevaba la fuente cargada de tortas fritas y las entregaba a la peonada. Entre guitarreada, zambas y chacareras los días pasaban así tranquilamente y sin mayores sorpresas.
Hasta ese día en que el dueño anunció que su esposa estaba embarazada. Todos lo felicitaron con gran algarabía al principio, hasta que se dieron cuenta: los patrones tenían seis hijos varones y ¿si el que estaba por venir era otro varón… y se transformaba en lobizón?
La leyenda decía que el séptimo hijo varón de una pareja se convertía en lobizón: una especie de hombre- lobo que poseía una fuerza inigualable, que podía matar a quien se interponía en su camino, ya sea humano o animal, como así también alimentarse de ellos. Que transmutaba de hombre a bestia cuando en las noches había luna llena y que nada ni nadie podía matarlo, salvo una bala de plata bañada en agua bendita. Era una maldición, definitivamente. A veces se podía cortar con esa desgracia si se bautizaba al niño a los tres días de nacer y si su padrino era el presidente de la nación. Obviamente que no asistía el mandatario en persona, sino que enviaba un representante. También se decía que aunque se tuvieran esas precauciones, si el individuo se enamoraba antes de cumplir los veinte años, todo lo anterior no surtía efecto.
En el mes de mayo nació Emmanuel Maldonado. Sus padres eligieron ese nombre porque significaba “Dios con nosotros”. Fue un parto largo y doloroso para su madre. El llanto del niño se escuchó enseguida de nacido en toda la estancia, y todos sus habitantes se hicieron la señal de la cruz. Algunos tomaron sus pocas pertenencias y se fueron del lugar pensando que nada podía salvar a esa familia del mal augurio; otros, incrédulos decidieron quedarse.
El niño creció sano y fuerte. Siempre fue muy respetuoso y muy amable con todos. Le gustaba montar en su caballo azabache. El oficio de jinete se lo enseñó don Cancino, el capataz, quien más que miedo hacia el niño sentía un gran cariño. Era un poco su padrino, porque don Cancino tenía cinco hijas y se había quedado esperando que Tata Dios le enviara el varón que nunca había llegado. La más grande de sus hijas tenía veinte años, en tanto la más pequeña se llamaba Carmen, y tenía la edad de Emmanuel.
Los chicos crecieron juntos como muy buenos amigos. Sin diferencias de estatus social. Iban y venían con don Cancino en el sulky a la escuela, se sentaban juntos, se defendían mutuamente. Eran tan buenos amigos…
Los hermanos del niño veían con buenos ojos esa relación, no pensaban mucho en la maldición y hasta llegaron a creer que sólo era una leyenda más, inventada en los largos inviernos campestres. Protegían al chico aunque este sabía valerse por sus propios medios.
Los años pasaron rápidamente.
Nada hacía sospechar que Emmanuel fuera un …
A veces se notaba un brillo incómodo en sus ojos, pero duraba apenas unos segundos y después volvía a tener la mirada de buena persona que lo caracterizaba.
El padre, eventualmente, revisaba su caja fuerte para comprobar que el arma que había cargado con una bala de plata bendecida al día siguiente de nacido su séptimo hijo, siguiera allí. Deseaba con todo su corazón nunca tener que usarla.
Emmanuel y Carmencita crecieron y dejaron de lado los juegos infantiles; pronto comenzó el tiempo de ir a los bailes. Ya iban solos en sulky al pueblo cada sábado por la noche. La fiesta de carnaval era la que más les gustaba. A veces bailaban juntos, a veces con parejas diferentes. El había tenido una que otra noviecita pero nada importante. En cambio a su amiga nunca se la había visto con novio alguno.
Una noche de baile apareció un muchacho que no era del pueblo. Sacó a bailar a Carmencita y a ella se le iluminaron los ojos. Emmanuel se dio cuenta y no le gustó para nada la mirada de su amiga hacia ese hombre. Y por primera vez experimentó algo que no había sentido nunca: sintió celos. ¿Celos de Carmencita? Ese amanecer volvió callado hacia la estancia, mientras que ella se la pasó todo el tiempo hablando de ese tal Eugenio Abalos. No le gustó nada eso. Llegaron a la estancia, la acompañó hasta su casa y se fue al casco a descansar. No pudo pegar un ojo en toda la noche. Se la pasó pensando en sus celos infundados. Le contó lo que le pasaba a Bernardo, su hermano, y éste se dio cuenta que tal vez estaba enamorado de Carmen… y no se había dado cuenta.
Al sábado siguiente volvieron al baile y allí estaba, otra vez, ese tal Eugenio.
Emmanuel tomó a Carmencita del brazo, la sacó a bailar y no la dejó moverse de su lado en toda la noche. Ya en el sulky no le dio ni tiempo de hablar. La miró a los ojos y le pidió que se casara con el. ¡Por fin le dijo lo que ella esperaba oír hacía años!. Sus labios se encargaron de sellar ese amor. Y el amor fue la desgracia para ambos.
Al otro día anunciaron a todos la buena nueva. Algunos se volvieron a persignar, otros ni se acordaban de eso.
El casamiento se realizó en la estancia una noche de luna llena.
Comieron y bailaron hasta la madrugada. Nada raro sucedió ese día.
Al llegar la próxima luna llena Emmanuel besó en la frente a Carmencita, que ya dormía, y se fue campo adentro.
En plena noche se escucharon en las afueras unos aullidos estremecedores. Los perros bravos del lugar huían ante semejante sonido. Los demás animales estaban temerosos y estremecidos.
Todos en el lugar supieron que se había cumplido la maldición.
Al amanecer aparecieron destrozados varios animales.
Don Maldonado supo que había llegado el momento de usar el arma guardada. La pena le invadió el alma y el corazón. La madre y los hermanos de Emmanuel le rogaron que no le hiciera daño al joven, le dijeron que tal vez algún perro suelto había provocado esos ruidos y aquella muerte horrenda en los animales; pero Emmanuel no había estado en la casa esa noche de luna llena. Nadie lo había visto por ningún lado. Al otro día había aparecido en su cuarto todo sucio y con un cansancio raro, muy raro. Carmencita simplemente callaba.
A la próxima luna llena sus hermanos se encargaron de encerrarlo en un galpón con varios candados, antes que llegue la noche. Pero fue en vano. Al transformarse en lobizón rompió todo, se escapó y huyó campo abierto. Carmencita lloraba y lloraba. Don Maldonado, don Cancino y varios peones salieron en su búsqueda. Ya cansados de perseguirlo lo encontraron matando una vaca.
Los peones comenzaron a dispararle y las balas, lo único que hacían era rebotar contra un cuero seco porque no le hacían absolutamente nada, solo enfurecían peor a la bestia. Ni una sola herida. Nada de nada.
Carmencita los había seguido desde lejos con el corazón en un hilo. Temblando por lo que no podría evitar.
Luego de que el lobizón se enfureciera con esa balacera, su padre sacó el arma y apuntando a la bestia gritó:
-¡Perdón, hijo de mi alma!
Al tiempo que apretó el gatillo y disparó certeramente.
La bestia cayó despacio y se fue transformando en humano; al mismo instante se escuchó el desgarrador grito de su madre que estaba en la estancia; Carmen que corría a su encuentro para sostenerle la cabeza a su amado esposo y que le decía - no, no me dejes sola con nuestro niño en mi vientre-, y don Cancino tomando su propia cabeza entre sus manos, y la jauría enloquecida de furia y temor… Y la peonada que no podía creer lo que veía. Y don Maldonado llorando tirado en el suelo al lado de su hijo con el arma en su mano.
Y todos presenciaron la transformación de lobo a hombre y la mirada dulce y llena de amor de Emmanuel y el amanecer asomándose en el horizonte…
Así termina esta historia de amor y de terror.
La escuché hace muchos años del propio hijo de Emmanuel y Carmencita:
o sea de mi padre.
Imagen youtube.com.ar
domingo, 2 de agosto de 2020
Paloma, la paloma
Paloma, la paloma
Paloma no era una paloma como cualquier paloma de plaza.
Cuando sus blancas plumas se encontraban con la luz del sol, brillaban de un modo casi angelical.
Todos los días iba al mismo monumento. De allí bajaba cuando la gente comenzaba a tirarle migas de pan. Comía hasta saciarse y después se iba al hueco donde pasaba sus días.
A pesar de llevar una vida tranquila, ella tenía un sueño: ser una Paloma Mensajera; tal como lo habían sido sus antepasados. Volar lejos a llevar noticias, y en lo posible, buenas noticias; pero también sabía por Hernán, el niño del 5to B con balcón a la calle (donde estaba su refugio) que ahora no se usaba más ese sistema de comunicación. Había escuchado al muchachito decir que él y sus amigos del mar se conectaban por “correo electrónico”. Lo veía varias horas sentado frente a la computadora sonriendo solo.
Un domingo Paloma volvió de la plaza con una herida pequeña en su ala derecha. Le costó llegar al balcón de Hernán. Cuando el niño salió a mirar porque escuchó un ruido raro, se encontró con Paloma. La tomó entre sus manos y la llevó adentro del departamento para curarla. Sus padres lo ayudaron. Con el correr de los días el niño se encariñó con ella y la adoptó como su mascota. Conversaba con Paloma y le leía los correos que enviaba y recibía.
Pronto llegó el verano y la familia viajó al mar con su mascota. Paloma miraba atentamente el recorrido del viaje por la ventanilla del auto. Apenas llegaron, Hernán le mostró esa inmensidad salada y ella no podía creer lo que veía. Estaba asombradísima.
Hernán se reencontró con sus amigos y entre ellos estaba Aylén; inmediatamente sintió que un sonajero le hacía ruido en el estómago. Y a ella también.
El verano pasó rápidamente. Paloma seguía tan fascinada con el mar como el primer día. Disfrutaba de la compañía de los amigos de Hernán. Pensaba en la suerte que tenían las gaviotas de vivir en un lugar así. A veces se animaba y volaba cerca de ellas; pero enseguida volvía con su amigo.
Llegó el tiempo de volver a la ciudad. Hernán y Aylén se dieron su primer beso en los labios. Se prometieron correos electrónicos a diario, cargados de corazones y frases románticas.
Ya en la ciudad comenzó el tiempo de cumplir dicha promesa. Paloma era testigo de esos correos. Todo marchaba muy bien, y cuando faltaba poco para las vacaciones de invierno, la computadora de Hernán dejó de funcionar. Su papá no podía hacerla arreglar en ese momento; iba a tener que esperar. Desesperado él preguntó
-Pero papá ¿cómo me voy a poder comunicar con mis amigos del mar?
- Con cartas, escritas con lapiceras en hojas de papel.
Hernán comenzó a escribir así pero le daba pereza ir al correo a echar las cartas. Paloma supo que esa era la oportunidad de su vida. Curada por completo, una mañana que Hernán dormía tomó entre su pico las cartas y voló y voló y voló hasta la casa de Aylén. En la ventana le dejó las misivas. Ella reconoció enseguida a Paloma. Leyó los escritos y le respondió a Hernán del mismo modo. Paloma tomó entre su pico las cartas en respuesta a él y voló a lo de Hernán.
Así cumplió su sueño de ser una verdadera paloma mensajera, pero no cualquier paloma mensajera; sino una que iba y venía llevando cartas de amor.
martes, 21 de julio de 2020
Te doy mi corazón
lunes, 6 de julio de 2020
Florencia y la erre
Imagen: infinityvuelta.wordpress.com