domingo, 2 de agosto de 2020

Paloma, la paloma


Paloma, la paloma

 Paloma no era una paloma como cualquier paloma de plaza.

 Cuando sus blancas plumas se encontraban con la luz del sol, brillaban de un modo casi angelical.

          Todos los días iba al mismo monumento. De allí bajaba cuando la gente comenzaba a tirarle migas de pan. Comía hasta saciarse y después se iba al hueco donde pasaba sus días.

A pesar de llevar una vida tranquila, ella tenía un sueño: ser una Paloma Mensajera; tal como lo habían sido sus antepasados. Volar lejos a llevar noticias, y en lo posible, buenas noticias; pero también sabía por Hernán, el niño del 5to B con balcón a la calle (donde estaba su refugio) que ahora no se usaba más ese sistema de comunicación. Había escuchado al muchachito decir que él y sus amigos del mar se conectaban por “correo electrónico”. Lo veía varias horas sentado frente a la computadora sonriendo solo.

          Un domingo Paloma volvió de la plaza con una herida pequeña en su ala derecha. Le costó llegar al balcón de Hernán. Cuando el niño salió a mirar porque escuchó un ruido raro, se encontró con Paloma. La tomó entre sus manos y la llevó adentro del departamento para curarla. Sus padres lo ayudaron. Con el correr de los días el niño se encariñó con ella y la adoptó como su mascota. Conversaba con Paloma y le leía los correos que enviaba y recibía.

          Pronto llegó el verano y la familia viajó al mar con su mascota. Paloma miraba atentamente el recorrido del viaje por la ventanilla del auto. Apenas llegaron, Hernán le mostró esa inmensidad salada y ella no podía creer lo que veía. Estaba asombradísima.

          Hernán se reencontró con sus amigos y entre ellos estaba Aylén; inmediatamente sintió que un sonajero le hacía ruido en el estómago. Y a ella también.

           El verano pasó rápidamente. Paloma seguía tan fascinada con el mar como el primer día. Disfrutaba de la compañía de los amigos de Hernán. Pensaba en la suerte que tenían las gaviotas de vivir en un lugar así. A veces se animaba y volaba cerca de ellas; pero enseguida volvía con su amigo.

          Llegó el tiempo de volver a la ciudad. Hernán y Aylén se dieron su primer beso en los labios. Se prometieron correos electrónicos a diario, cargados de corazones y frases románticas.

          Ya en la ciudad comenzó el tiempo de cumplir dicha promesa. Paloma era testigo de esos correos. Todo marchaba muy bien, y cuando faltaba poco para las vacaciones de invierno, la computadora de Hernán dejó de funcionar. Su papá no podía hacerla arreglar en ese momento; iba a tener que esperar. Desesperado él preguntó

             -Pero papá ¿cómo me voy a poder comunicar con mis amigos del mar?

            - Con cartas, escritas con lapiceras en hojas de papel.

          Hernán comenzó a escribir así pero le daba pereza ir al correo a echar las cartas. Paloma supo que esa era la oportunidad de su vida. Curada por completo, una mañana que Hernán dormía tomó entre su pico las cartas y voló y voló y voló hasta la casa de Aylén. En la ventana le dejó las misivas. Ella reconoció enseguida a Paloma. Leyó los escritos y le respondió a Hernán del mismo modo. Paloma tomó entre su pico las cartas en respuesta a él y voló a lo de Hernán.

          Así cumplió su sueño de ser una verdadera paloma mensajera, pero no cualquier paloma mensajera; sino una que iba y venía llevando cartas de amor.


 Imagen: Pixabay