domingo, 18 de octubre de 2020

Hoy te juro que no

 

En el día de la madre en Argentina, dedico este cuento escrito para mi madre hace 4 años atrás, cuando le di por última vez el "beso del día de la madre". Y también a mi hijo mayor, quien por voluntad propia, pasaba a ver a su abuela a la Terapia Intensiva. Feliz día, mami... estés donde estés. Te amo


          Esta mañana cuando fui a la clínica tuvimos que esperar media hora con mi mamá en la Sala de Espera de Terapia Intensiva. Nunca respetan el horario de visita. Me sentaba. Me paraba. Me miraba los cordones de las zapatillas. Me sentaba. Me paraba; no se por qué lo hacía. Capaz porque no quería mirar a la Virgen de Luján que está al lado de la puerta para ingresar a la Terapia. Hace unos días que dejé de mirarla porque me daba impresión, o bronca, no se… Si hace milagros… ¿por qué aún no te curó? Cuando estaba pensando eso se acerca el de la vigilancia a preguntarle a mamá lo de siempre:

  • Disculpe ¿Cuántos años tiene el chico?

  • 14 (miente mami,  porque en realidad tengo 13 y medio y el cartel que está al lado de la puerta de ingreso a la Terapia dice: “Prohibido el acceso a menores de 14 años”)

  • Ah, listo; puede entrar

      Desde que vengo colándome para verte, abuela, pienso lo mismo; que si ellos no me dejarían entrar, yo entraría igual. Me disfrazaría de enfermero, no se, agarraría la puerta a patadas; pero entrar, entraría.

            Por fin abrieron la puerta. La enfermera dijo “2 familiares por cama”.

         Los 2 nos pusimos alcohol en gel en las manos y salimos disparados hacia la habitación 209; esperando verte mejor, abu. Pero no, estabas igual. O peor. Dormida. Conectada a un ruidoso respirador.

          Te besé en la frente y me acerqué a tu oído y me animé a preguntarte: ¿Soñaras algo? ¿Soñaras conmigo, que soy tu preferido? Yo te conté que River ganó, que fui de excursión con el colegio a conocer el Congreso Nacional. Que el abuelo me regaló plata para el celular nuevo, porque dentro de poco es mi cumpleaños. Que quiero que te cures, que necesito que me abraces. Cuando yo te hablaba, las pulsaciones de tu corazón marcaban exactamente 75. Sólo vos y yo nos entendemos de la forma que lo hacemos.

          Mamá te hablaba pavadas, para variar: que afuera llueve, que mi hermano quiere aprender a tocar el violín, que te trajo la crema para pasarte en las piernas, y etc, etc.

         Después de un rato de hablarte, necesité de salir un ratito al pasillo. Aunque tenía ganas de llorar me aguanté las lágrimas. Me puse a mirar para todos lados y observé que el viejito de la habitación de enfrente no estaba; ese que anteayer me saludó con el pulgar hacia arriba. Me fijé si estaba en otro lado. No. Una de las enfermeras se dio cuenta y me preguntó:

  • ¿Buscas a Don Cosme, el vecino de tu abuela?

  • Si - dije

  • Falleció anoche. Lo siento- y me dio una palmadita de consuelo en el hombro, y siguió con sus cosas.

         ¿Cómo que falleció, si hace dos días estaba ahí y me saludó con el pulgar? Me quedé pensando, parado ahí en el medio del pasillo sin poder creerlo.

         Así tan concentrado estaba cuando de un segundo a otro sentí ese olor a tierra espeluznante. La piel se me puso de gallina. Inmediatamente pude observar mi aliento como una nube saliendo de mi boca; un frio impresionante invadió el lugar. Todo el mundo seguía como si nada. Sólo yo comencé a tiritar. Ese mismo escalofrío me había pegado en la espalda el otro día cuando falleció una abuelita de la primera habitación. No estaba equivocado. La Maldita estaba ahí. Di media vuelta y la vi levitando por el pasillo. Iba justo a tu habitación. “Ah no, ni se te ocurra; hoy no; dentro de unos días es mi cumpleaños y no te lo voy a permitir!”

           Empecé a chasquear los dedos para tratar de llamar la atención de la muy oscura. Lo logré. Me miró con esa mirada fría y sombría que da miedo, entonces le dije enérgicamente:

  • ¿Otra vez vos por acá? ¿No te aburrís de hacer siempre lo mismo? Te juego una carrera, el que llega primero al ascensor que está al final del pasillo, en la Sala de Espera de la Terapia, gana.

          Se sonrió maliciosamente como sobrándome y me dijo “dale, pibe; yo siempre gano”, con esa voz áspera de ultratumba. Comencé a correr con todas mis fuerzas; la sentía congelada detrás de mí, pero anulé el miedo encomendándome a Dios, como me enseñaste vos, abuela. Llegué primero al ascensor y apreté el botón con todas mis fuerzas. La puerta se abrió. Me corrí a un costado, ella no pudo frenar y entró de cabeza al ascensor. Volví a apretar el botón y la puerta se cerró. Alcancé a verla toda deshuesada en el piso. La dejé ahí encerrada. Ahora el que se reía era yo. Avisé al señor de Mantenimiento, quien justo estaba en la escalera,  y le pedí que por nada del mundo abriera el ascensor:

  • ¿Por qué no, pibe?

  • Porque hoy no, que suba y que baje. Dejé a la Muerte ahí adentro. Que se maree. Que se muera ahí, encerrada. Que se vaya al cielo o al infierno, no se. Pero que se vaya de acá, hoy a mi abuela no se la lleva.

               Me vio tan decidido que no dijo nada.

           Volví a tu habitación. Mamá me preguntó dónde había estado. Fui al baño, respondí y seguí hablándote al oído, abu. La hora de visita finalizó. Me fui a casa más tranquilo. En el colectivo yo pensaba lo que había pasado con La Parca. En casa me puse a ver un partido de fútbol.

            A la noche cuando vino a casa mi tío nos contó que tuvo que subir y bajar las escaleras para verte porque el ascensor estaba clausurado hasta nuevo aviso y la gente de Mantenimiento no lograba que dejara de subir y bajar.

              Me sonreí y pensé “bue, parece que la Virgen de Luján no es sorda”. Y mirando tu sillón mecedor, te hice un giño cómplice, abu; como cuando estabas en casa mirando la tele conmigo.  






Imagen de:  https://www.diariodecultura.com.ar/columna-izquierda/virgen-de-lujan-imagenes-y-secretos-de-una-devocion-con-historia/