Amigos fieles
- Lo bueno de todo esto es que a
pesar del tiempo, seguimos siendo seis y estamos unidos, aunque a
veces tenemos nuestras peleítas, sobre todo cuando aparece una bella
dama a robarnos la tranquilidad
Nadie levantó la vista pero
todos lo escucharon. Siguieron con la modorra que siempre ataca a
esa hora del día.
Allí estaban los seis amigos
descansando debajo de uno de los árboles frondosos del corredor
aeróbico de Muñiz*, viendo cómo una cantidad de gente pasaba al
lado de ellos corriendo, transpirando y a pesar de eso, parecían
alegres.
Luego de esa merecida “siesta”
de verano, decidieron caminar un poco. Como si alguno hubiera dicho
“¿vamos?”, todos se pararon al mismo tiempo.
-¡Lindo día para estirarse un
momento!
Se dirigieron hacia las avenidas
Presidente Perón y Pardo, donde antes estaba el Supermercado Norte,
y en esa esquina ¡comenzó la corrida!
- ¡Dale Tímoty, ponele un poco más
de onda!- ¿Qué onda? Hago lo que puedo Melman, yo no soy tan joven como vos!
- A ver, córranse de ahí que voy a encargarme yo – dijo Picárd.
- Sí, yo te acompaño – se escuchó decir a Sólivan – estos dos, hasta que se pongan de acuerdo … se nos van a ir las ganas de vivir esta aventura.
- Tenés razón- le contestó Richard - ¡vamos!
- Prepárense que ahí viene uno gris - volvió a hablar Picárd.
- Les dije mil veces que soy daltónico, o sea que no distingo un color de otro, mejor digan “ahí viene uno grande o uno chico”-
- Perdón abuelito Jack, jaja, por hoy te prometo que no volverá a pasar.
Y allí salieron corriendo todos
detrás del auto gris-grande.
En carrera fueron detrás de la
rueda del auto.
El calor ya se hacia insoportable.
El haber gastado energía en la
esquina, les estaba provocando hambre.
En eso, desde adentro de la
casona amarilla, observan que se acerca doña Cata, con una olla bien
grande y cargada de comida. Coloca un poco de la misma en cada uno de
los seis potes de helados de tres litros, que se encontraban vacíos.
Y se acercaron los seis moviendo
la cola felices hacia la vereda de esa casa.
Contentos y también alertas de
que no anduviera cerca el camión de la perrera; a ese le conocían
el ruido del motor; apenas lo escuchaban parecían que volaban de lo
rápido que iban; tanto que no veían nada a su paso, y se escondían
en su lugar secreto al lado de las vías muertas.
- Che Melman, mirá quién va por
la vereda del supermercado: ¡guauuuu ese gato siamés que taaaaanto
te molesta!
Y Melman cruza corriendo la
avenida; eso si, lo hace con precaución, no sea que ocurra un
accidente. Y Jack aprovecha y come doble porción, gracias al minino.
Fotografía de Gabriel Sarco