domingo, 13 de septiembre de 2020

El bibliotecario

 

El bibliotecario


          Cuando la señorita Sonia Trixtix tomó el cargo de Maestra Bibliotecaria en aquella escuela al final del partido de Zárate, nunca pensó que le iba a suceder lo que le sucedió.

          Llegó con muchas ilusiones a su nuevo trabajo. Bien temprano para no quedar mal con sus directivos.

          Se puso la ropa que tenía reservada para ocasiones especiales y sobre ella, su guardapolvo nuevo. Nuevo trabajo, decía siempre, nuevo guardapolvo. Y así llegó a esa escuelita cerca del Río Paraná.

          Fue muy bien recibida por todos sus compañeros. La Directora la acompañó hasta la biblioteca y ahí le dio la bienvenida, no sin antes decirle que ese puesto era muy especial dentro de la institución porque nadie duraba mucho allí desde el fallecimiento del Bibliotecario Titular, el Profesor Juan José del Corazón Zapata. Juan, para todos, había sido un hombre muy querido, tanto por los grandes como por los chicos; y eso era algo espinoso con lo que iba a tener que lidiar.

         Apenas comenzaron las clases, los alumnos fueron acercándose tímidamente a la biblioteca, hasta que Sonia pasó por las aulas presentándose e invitándolos a asociarse y así poder llevarse libritos de cuentos para leer en sus casas.

         Durante los recreos, cuando los chicos asistían a la biblioteca, ella iba escuchando historias maravillosas del Profe Juan: que había sido el mejor, que fue un genio de la narración, que los trataba re bien, que nunca dejaba la biblioteca desordenada, etc etc. Hasta le contaron que a veces venía disfrazado al colegio y así los invitaba al patio a oír sus historias.

          Iba a ser muy difícil superar todo eso. Sonia se sentía muy mal luego de escuchar esas cosas tan lindas y se decía, para sus adentros, que ella nunca iba a poder igualar al profe porque era muy tímida, y prefería quedarse dentro de la biblioteca a tener que exponerse de esa manera.

           Así estuvo casi medio año. Escuchando historias y conociendo a ese tal Juan que había fallecido ahí mismo, dentro de la biblioteca cuando lo sorprendió un infarto masivo en pleno ordenamiento de libros. Era el martes 13 de noviembre del año ante pasado cuando, luego de las 15 Hs. la Señorita Mary de segundo B, escuchó desde su salón un fuerte golpe que venía de al lado. Corrió a ayudar a Juan, quien seguramente, según su pensamiento, estaría ordenando algunos libros sobre una de esas sillas destartaladas que ya se había pedido al Ministerio que las cambiaran, sin suerte, y se habría caído. “Siempre acomodando los libros, como si se fueran a escapar a algún lado” – pensó

          Al entrar: el horror. Juan tirado en el piso con unos libros sobre él y … muerto. Se revolucionó la escuela toda. Médicos y policías coparon el lugar. No había nada qué hacer. Ya estaba. Ese era el final tanto de su vida que había puesto al servicio de esa profesión, como de su carrera docente a la que le había dedicado más de veinte años.

          La portera tuvo que ordenar todo después de que se llevaron el cuerpo. Lloraba y barría. Barría y lloraba.

          Desde aquel día la biblioteca lleva su nombre, en un cartel muy lindo que donó el papá de Franco Espinoza, que es carpintero. Está sobre la puerta principal.

          Los libros que estaban sobre él, son imposibles de acomodar. Aparecen en cualquier estantería, menos en las que corresponden. Son cinco, nada más, pero complican la existencia del que quiere ordenarlos.

          Por este tema ya habían renunciado varios bibliotecarios.

          Todos los días Sonia los coloca en el lugar correspondiente; al día siguiente aparecen en cualquier lado. Al principio pensaba que eran ideas suyas; pero luego sus colegas le confirmaron que siempre sucedía lo mismo.

          ¿Y qué podía hacer ante esto? ¿Y ante el cariño que todos le seguían teniendo al Profe, y al que ella nunca iba a poder acceder? Definitivamente, estaba perdida. Pero no iba a retirarse como lo habían hecho las otras bibliotecarias.

           Cuando estaba trabajando sentía que “alguien” la observaba todo el tiempo.

           Ya no podía más con esa presión y se animó a salir de la biblioteca. Sacó al recreo una caja llena de libros de cuentos e invitó a los chicos a que tomaran uno y lo leyeran. Puso una manta sobre el piso y allí se acomodaron algunos niños. Luego de ese día, Sonia se sintió mejor. Se dio cuenta que le hacia bien “huir” de esa mirada molesta.

          Al otro día colocó más mantas y más libros en el suelo. De a poco fue un éxito su idea. Las maestras estaban agradecidas porque los chicos ya no corrían en los recreos y a los alumnos se los observaba concentradísimos viajando por mundos maravillosos a los que sólo se puede acceder desde un libro de cuentos. Hasta los padres estaban felices por esa motivación a la lectura; alguno de sus hijos preferían que les leyeran un cuento antes de dormir, a jugar con la play.

           La Señorita Sonia de a poco iba ganándose su lugar. Así y todo, siempre escuchaba las anécdotas del Profe Juan.

           Ya había pasado medio año. Nunca pudo lograr que los cinco libros quedaran en su lugar. Para dejar de temerle a esa mirada que sentía, había decidido “conversar” con Juan explicándole que nadie iba a ocupar su lugar; que ella apenas estaba haciendo el trabajo que le correspondía por los niños y por la comunidad educativa para que tuvieran una biblioteca activa. Luchaba día a día contra su timidez para salir al patio con las cajas. Le decía que ya no hacía falta que se quedara allí, que tenía que ir por el camino que le indicara la luz; que ella iba a cuidar bien de su biblioteca y que “por favor no le corriera más de lugar esos cinco libros”. Hasta averiguó dónde estaba su sepultura y fue a llevarle un ramito de jazmines, que según le habían dicho, el hombre siempre colocaba en el florerito de la biblioteca.

           Pero todo seguía igual.

           Ya sin saber qué hacer porque era septiembre y nada había cambiado, pidió permiso al Equipo Directivo y trajo al cura párroco de la zona para que le diera su bendición a la biblioteca. Así lo hizo; vino el Padre Fermín. Esa semana se sintió mas tranquila. Pero el fantasma de Juan seguía allí.

          Ya casi al mes de haber asistido el cura y cansada de todo lo que sentía en su espacio de trabajo y que nada diera el resultado que ella esperaba, enojada ese 13 de noviembre, el aniversario de su muerte, tomó los dichosos cinco libros y los dejó sobre el suelo, justo en el lugar que Juan había caído muerto y le dijo “Ya no aguanto más, ahí tenés tus libros, chau, hasta mañana, si es que vuelvo”. Y se fue dando un portazo. Cerró con llave. Solamente ella tenía las llaves de la biblioteca. Las puso en su cartera y se fue.

           Al otro día, cuando entró a la biblioteca, los cinco libros se encontraban en su lugar correspondiente. En ese momento se dio cuenta que el fantasma de Juan solo quería terminar con lo que había comenzado el día en que la muerte lo sorprendió: colocar los libros en el espacio de la estantería que iban.

           Ya no sintió esa mirada que la atormentaba. En su lugar, la invadió un intenso aroma conocido. Sobre el escritorio, un ramito de jazmines en el florerito de Juan perfumaba el ambiente. Apoyada en él había una tarjeta con una letra familiar en la que se leía:


¡Gracias! Y perdón por la molestia. Vas por el buen camino. Éxitos. J.Z.”



Imagen: maestroabrahamblogspot